Tras las huellas Guaraníticas
Al visitar las ruinas jesuíticas del sur de Misiones uno queda preguntándose que habrá sido de toda esa gente que alguna vez vivió en esas reducciones. ¿Adónde fueron? Sabemos que los curas volvieron a Europa, pero ¿y los guaraníes?
La historia de sus habitantes a partir de 1768, e incluso un poco antes con la disputa de límites entre España y Portugal en 1750, es bastante trágica. El reemplazo de los jesuitas por curas de otras congregaciones para atender los temas espirituales cambió radicalmente la antigua organización. La incomprensión respecto de sus costumbres comunitarias, su lengua, sus territorios y su espiritualidad, queriendo incorporarlos a un régimen de propiedad privada, de gobernanza administrativa laica e individualista, chocó abruptamente con los 100 años de “comprensión jesuítica”. La respuesta más contundente de este pueblo fue la fuga y la dispersión gradual de los casi 100.000 aborígenes que habían sobrevivido a la guerras artiguistas (localmente al mando de Andresito Guacurari) hacia nuevos territorios (Corrientes, Entre Ríos, Rio Grande do Sul y norte de Uruguay).
Hubo varios intentos por parte de los guaraníes de mantener su estructura social, religiosa y administrativa, migrando en procesión a nuevos sitios del viejo territorio de las misiones, pero fueron exterminados o se vieron obligados nuevamente a la fuga. Muchos de los sobrevivientes fueron conchabados en las estancias de los criollos, otros se juntaron con los gauchos alzados muriendo en manos de la policía, unos pocos se volvieron mariscadores y otros tantos se incorporaron al trabajo doméstico en Buenos Aires y otras ciudades. Solo 2 pueblos lograron sobrevivir hasta entrado el siglo XIX, apadrinados por el gobernador Ferré: Loreto y San Miguel. Estos se originan a partir de una procesión de más de 1.700 personas proveniente de Santa Ana y Corpus que buscaron establecerse al norte de Iberá bajo la protección de las imágenes de los santos.
Merodear por estos pueblos y parajes vecinos es asomarse a ese pasado y sentir que aún está vivo en la mirada frontal de las imágenes vestidas de los santos patronos. También en los cedros misioneros centenarios que abanderan las entradas de las casas, protegiendo a sus moradores. Los hospitalarios habitantes de los parajes se muestran ávidos de mostrar, a quien se acerque “a las casas” su trabajo en las huertas, en los telares y las tareas previas a las fiestas patronales. La visita puede hacerse a pie, a caballo o en carro desde las pequeñas posadas de San Miguel y Loreto.