La cultura del estero
La imagen típica del Iberá es la de un hombre inmerso en una enorme extensión de vegetación flotante y donde el agua es el denominador común. Agua que genera una multiplicidad de paisajes cuando se conjuga con las pequeñas ondulaciones del terreno que la retienen o la drenan. Agua que dificulta el acceso pero convierte al hombre, modelando usos y costumbres, en experto jinete y canoero.
El Iberá es refugio de una cultura atravesada por el agua pero también de una conjunción de circunstancias históricas que atrajo seres con saberes, creencias y pautas de conducta de las misiones jesuíticas, de criollos con costumbres virreinales, de comerciantes de cueros y de algunos espíritus indómitos que tuvieron que reinventarse para sobrevivir a una geografía tan particular.
La cultura de lo que hoy conocemos como “ibereña”, podría describirse a partir de la manera de ser y de vivir de la gente ubicada dentro de la cuenca, en lugares tan diversos como las islas de Yahaveré, Ñupi, Carambola, los pueblos de Loreto, San Miguel, Concepción o Pellegrini.
También, a partir de los que viven en los parajes ubicados en las costas del estero, como los de la zona del Payubre, Tacuaral, Boqueron, Capivari, Galarza, Montaña, Capilla o Tacuarita sobre la ruta 22, por nombrar algunos.
Si entendemos la cultura como el entramado de interacciones, formas y expresiones de una sociedad, para describir la cultura ibereña tendremos que describir sus viviendas, artesanías, rituales, vestimenta, comida, lenguaje, ideas y símbolos, y de qué forma han variado a lo largo del tiempo.
El interés de este esfuerzo radica tanto en revalorizar y preservar los aspectos que la hacen única, como en recuperar aquello que se ha ido junto con la migración a los centros urbanos. También tener en cuenta el ingreso de costumbres ajenas mediante los medios de comunicación y las presiones del mercado globalizado, para que Corrientes y el Iberá no dejen nunca de ser Corrientes. Para todo esto tenemos que recordar qué es lo que nos hace únicos.