miércoles, 29 de abril de 2015 a las 10:36 AM

El cruce de los esteros

La banda oriental del Iberá es alta y ondulada, antigua en su formación geológica, mayormente cubierta de bosques (espinales hacia el sur, más húmedos hacia el norte) y “bien plantada”. Con ranchos de horcones firmes, alambrados de palo a pique, y “mucha vecindad”.

La otra banda, la que linda con la Capital, es de lomadas y cordones arenosos, inundables, de horizonte abierto y pastizales cobrizos, con pocos habitantes. Los montes, al crecer aislados, se llaman “islas” y decoran el jardín de flores que suavemente se mecen con el movimiento de las aguas.

En el medio está el estero cubierto de embalsados, que el viento amontona, abre y cierra a sus anchas. Nadie vive por allí salvo el ciervo, el carpincho y algún yacaré por nombrar a los mayores. Cruzar de una banda a la otra en los Esteros del Iberá no es fácil, ni nunca lo fue. Hoy por aquí y mañana, después del temporal, por allá. “Siempre que haya pasado Moncho antes, para abrir y cortar ese tapial que tapó el paso”, diría doña Celestina. Y así es: solo con un baqueano, bien baqueano, la gente se le anima cada tanto a cruzar desde el Paraje Carambola (Concepción), hasta Capivarí (Mercedes). El secreto está en atravesar por las lagunas Medina y Trin y aprovechar los canales que han abierto para no tener que pelearle al “tapial”, un embalsado firme y pesado que obliga a arrastrar a mano la canoa.

Hoy en día este cruce se puede hacer llegando a Yahaveré o a la Isla Disparo, contratando operadores turísticos en Concepción o Mercedes. 

 

La presencia de baqueanos que conocen el terreno en profundidad es indispensable para adentrarse al estero y acercarse a su naturaleza. 

 

Ésta publicación no admite comentarios

No hay archivos adjuntos